Complejo-Piscina en Algimia de Almonacid en medio de la Sierra Espadán

miércoles, 7 de octubre de 2009

Amparo Martí Vallbona "Guardiana de Sueños"

A través de sus ojos se puede ver su vida dedicada a la docencia. Amparo Martí Vallbona, pertenece a ese grupo selecto de maestros y maestras que ejercen su trabajo sin creerse demasiado el significado de la palabra, Jubilación, pues, voluntariamente, sigue alentando y alimentando las mentes del porvenir. Dos veces a la semana, abre la biblioteca de Algimia de Almonacid. Un pueblo del Alto Palancia, en la Sierra de Espadán, Castellón. De aproximadamente trescientos habitantes. Con un bajo presupuesto (por supuesto) para cuestiones culturales, pero que goza de un Fondo Bibliotecario admirable y un espacio amplio, a pesar de las dificultades económicas.

Sus frecuentes Bandos Municipales, en los que insta a los niños (y no tan niños) a que vayan a la biblioteca a escuchar por la tarde uno de sus mágicos cuentos; como el que anunció días atrás este agosto: “El cuento del gato de la Señora Manolita”, que oí anunciar desde un bancal con mi azada “Callejana”. Me arrancó una sonrisa e hizo que detuviera lo que estaba haciendo para así poder enterarme qué es lo que había discurrido esta vez su desbordante imaginación y llamar la atención de vecinos, pequeños y mayores.

En la biblioteca, hay un rincón, un universo dedicado a las marionetas, donde Amparo deleita y transporta a aquellos que congrega. No importa si son cincuenta o dos. Ella, con su férrea voluntad, representa a los protagonistas de sus obras.

Tuve un maestro en Segundo de EGB, Ángel Rodríguez, en el Colegio burgalés, Pintor, Marceliano Santa María, que era de misma orna que Amparo. En las tardes otoñales, grises y lluviosas de mí Burgos natal, nos hacía soñar, salir por unos minutos de la cotidiana realidad a través de los cristales de las ventanas del aula para viajar a las profundidades de la imaginación, del sueño, donde todo cabe. A un mundo, que sólo es posible ir si te lleva el corazón.

Uno de los cuentos que don Ángel nos narraba en esa ocasión, trataba de una familia compuesta por un abuelo, su hijo y la mujer de este, y un nieto de seis años. Los dos, abuelo y nieto, se querían mucho. Jugaban, hablaban... El abuelo era para él su mejor amigo. Pero su avanzada edad, sus temblorosas manos y su falta de memoria presente, hacían que su nuera viera en esas carencias naturales una carga insoportable. No aguantaba verle comer sin mancharse. Detestaba los ruidos que emitía al sorber la sopa. Hasta que un día, después de presionar durante varios meses insistentemente a su marido, decidieron internarlo en un asilo. En un geriátrico que se dice ahora, aunque la mayoría de estos lugares no son más que antesalas de la muerte.

Una mañana, el padre, le dijo a su hijo que le ayudara a preparar la maleta del abuelo, pues se iba a marchar a su nuevo “hogar”. Cuando estaban terminando, entre un espeso silencio; mientras se dedicaban a la ardua faena de condensar los pocos, pero valiosos, recuerdos del abuelo, el padre recordó que se le había olvidado incluir en la maleta su vieja manta. Esa manta, que el niño conocía muy bien, porque sobre ella, había escuchado al abuelo contarle la historia de su familia. Su memoria... Esa envejecida manta con su singular olor, que le había cobijado muchas horas, en la que se dormía casi todas las tardes sobre su regazo.

El niño, obedeciendo a su padre, se fue a por la manta, pero al volver le entregó sólo la mitad. ¡Había cortado la manta! El padre, entre furioso y sorprendido, le pidió explicaciones, como se puede comprender. Pero el niño, sin inmutarse y muy triste, le respondió:

“La otra mitad te la guardo a ti para cuando tengas que marcharte”

Amparo, con su buen hacer, su compromiso; su firme entrega porque este mundo sea un poco mejor, está realizando una labor silenciosa, pero encomiable. Cada día estoy más convencido de que el cambio social que nos humanice, sólo llegará de la mano de una verdadera pedagogía en la que se potencie, y mucho, la generosidad. No les hablo de la caridad que limpia conciencias. Del falso estímulo del progreso donde la competitividad es la base de, si se puede denominar así, vivir. Y por este motivo, los que preparan al futuro, y quienes ya no podemos aspirar a otra labor más allá que la de ayudar a los que tienen que venir para que su mundo sea el inicio de uno mejor que el que sufrimos. Debemos asumir nuestra responsabilidad social, protegiendo a todos los Ángel Rodríguez y Amparo Martí. Y si yo he conocido a dos, es que porque hay muchos más. Que se sirvan de su experiencia los nuevos docentes y que beban de la fuente de su memoria plena en vivencias. Desgraciadamente, no está valorada su voluntad. Todos sabemos, o casi todos, que el Valor no tiene precio. La Educación, ha sido siempre contemplada por todos como una institución del Estado que crea fábricas de seres según su condición social para que sirvan a la sociedad y a los intereses de quienes hasta ahora seleccionan esta colmena humana. Pero no quiero privar de su merecido reconocimiento a los Herederos de Antonio Machado con mis opiniones. Quien supo sufrir con alegre melancolía y luto festivo, los envites de los intelectuales necios, como también otros de sus coetáneos. Antonio Machado murió de tristeza en el exilio en 1939, en Conlliure, Francia. Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca, en plena guerra incivil. Muchos de estos maestros tuvieron que exiliarse de España. La prodigiosa y prometedora Generación del 27, se diseminó por el mundo. Otros, como Miguel Hernández, ruiseñor, de Orihuela (Alicante) y del pueblo español, dejaron su lira y su canto entre almendros, limoneros, olivos y rebaños. La sinrazón sesgó unporvenir que jamás será como la herida que permanece abierta, pero seguimos vivos y resistentes. Como dice Antonio Gala en un verso: “El que corta una flor la inmortaliza y en una rosa caben todas las primaveras”. Y como dice Miguelito en uno de sus poemas más conocidos después de haber sido talado, escrito en momentos aciagos y angustiosos, “Para la libertad”, “... aún tengo la vida”

Estos penosos antecedentes deben hacernos reflexionar para que nunca se tenga que repetir, que su vocación docente, los mate de tristeza porque tengan que luchar por la tinta o el papel; o porque sus iniciativas se frustren ante la desidia del abandono. Como ocurre en algunos barrios de las ciudades donde los barracones ya forman parte del mobiliario urbano. Subsanar esta necesidad, no es lo correcto, es necesario y urgente. Es imprescindible. Del mismo modo que debe ser la Sanidad. No se pueden renegociar estos Derechos fundamentales, pues se deja un margen amplio y muy peligroso para aquellos depredadores que creen que todo tiene un precio. Hasta la vida ajena o un Valor.

Cuando llegamos, mí compañera y yo, a Algimia de Almonacid, lo hicimos después de un largo viaje por Castilla. Nuestro anterior asentamiento fue en el pueblo de Chulilla, en Los Serranos de Valencia. Y fue allí, en los casi dos años de convivencia con los lugareños, cuando nos dimos cuenta que la materia cultural, que es la base del futuro, está tan perdida y olvidada como la huerta. No hablo de analfabetismo, afortunadamente casi todos sabemos leer y escribir hoy en día, lo que quiero manifestar es la omnipresente indolencia de la ignorancia e imperanteconformidad, por su propia inercia, se ha propiciado. No me sorprende el malestar de los docentes y de los alumnos, pero me sobrecoge la poca importancia y repercusión que se percibe ante esta vital carencia en la sociedad, en el seno de las familias. Y en especial, en la de los gobernantes, que tratande politizar la Educación si acceden al poder los unos o los otros. Cambiando a su capricho y a su favor la estructura docente con leyes que no comprenden ni quienes las diseñan. Mientras, saben cómo distraer al pueblo con artificios. Con pobres eventos que nos ofrecen para tenernos entretenidos, que no despiertos. Desviando en el nombre del progreso los recursos necesarios para preparar al que debe ser prometedor futuro.

Como un oasis, Amparo es para nosotros una resistente entre las móviles dunas del desierto. Un respiro fresco y profundo donde podemos oxigenarnos del monóxido y del plástico de lo superfluo. Ojalá, que en nuestro peregrinar, encontremos muchos más ángeles y amparos de la esperanza entre este desierto llamado, Ignorancia.


Benjamín Lajo Cosido